El Bestiario de Sarteneja
El espíritu del Mosaico de Orfeo renace a orillas del Guadiana

By Corredores de Ideas.



[I]
Dicen los señores de los libros que para buscar el origen de los bestiarios hay que viajar a la antigua Persia o a los tiempos bizantinos, pasando, por supuesto, por los años en los que todos fuimos grecorromanos, y de donde nos llega nuestro ecosistema cultural.

Y aquí encontramos animales fantásticos, quiméricos, bestias atroces que hacían las delicias de los aventureros y los sabios de la época.

Pero claro, el decoro religioso europeo transformó esos bestiarios mitológicos en metáforas piadosas. La estética pagana de las antiguas ilustraciones se reinventa en la cristianía medieval y se hace enemiga del pecado, sobre todo del ajeno. En la Europa oscura los bestiarios se pusieron de moda. Muy de moda. Fueron días de Historia Natural y de poca perversión.

Los manuscritos ilustrados con bestias venían acompañados de su correspondiente lección moral. Si todo lo que nos rodea es producto de la creación divina, cada ser vivo tiene su propia función en el mundo, de ahí que frecuentemente los bestiarios medievales no fueran otra cosa que una búsqueda y explicación de la simbología en la cultura cristiana.

Los modernos no abandonaron ese fino regusto por la onda quimérica. Leonardo da Vinci, Toulouse-Lautrec o Borges fueron picados por el bicho de la curiosidad de los animales imaginarios e imposibles.



[II]
La primera referencia animal de carácter mágico que encontramos en Sarteneja y su entorno es el Mosaico de Orfeo.

Hallado en las ruinas romanas de Pesquero, a la vera del río, hoy este fantástico y soberbio mosaico da la bienvenida a los visitantes del Museo Arqueológico de Badajoz. Orfeo canta sus penas ante un grupo de animales a los que tiene obnubilados con la belleza y la tristura de su balada por la pérdida de su querida Eurídice.

Dicen que el mosaico se elaboró en torno al siglo IV de nuestra era. Tiene forma octogonal y las teselas son de un colorido que estremece.

En el Mosaico de Orfeo no hay distinciones entre los animales reales y fantásticos. Para los hombres antiguos todos eran verdaderos. Esfinges y elefantes pertenecen a la misma experiencia diaria doméstica que los patos y los pájaros. Si no existen, nos los imaginamos.



[III]
Pasaron los años y las edades y Sarteneja comenzó a llenarse de casas, de calles y aceras. Y levantaron una iglesia y un cine. Fueron tiempos para el Far Wext. Lo llamaron Pueblonuevo. A orillas del Guadiana. Siglo XX. Años 60-70. Antes de ayer, como quien dice.

Los denominamos Mosaicos de Borobio, como el apellido del arquitecto que dicen y cuentan que fue el que levantó Pueblonuevo.

La modernidad mal entendida ha acabado con ellos. Es posible que ya no quede ninguno, pero en los años de infancia las aceras del pueblo estaban repletas de pequeños mosaicos que representaban ideogramas vegetales y pececillos y alguna que otra figura extraña. Imaginábamos un ave fénix a punto de desplegar sus alas. ¡Qué desasosiego!



[IV] El Palomar de Sarteneja siempre ha estado ahí. No concebimos nuestra infancia sin esa torre en el horizonte cercano y sin las palomas que habitaban en su interior. A veces nos daban miedo y salíamos corriendo. Lejos de traernos mensajes de paz, las palomas de la Torre de los Cacereños nos traían cierto pánico. No descartes un aire siniestro.

El pintor extremeño Javier Fernández de Molina ha sido quien mejor ha reflejado la imagen de esa torre, el espíritu asustadizo que a todos los niños nos hipnotizó desde que empezamos a mirar a ella cuando escuchábamos el rugido setentero del tren.

Ya apenas hay palomas. Ya apenas trenes. Apenas tiempo.




[V] Ramón Castuera conoció el Mosaico de Orfeo en su lugar de origen. Trabajó en algunas de las campañas arqueológicas que sacaron a la luz las ruinas de Pesquero.

Ramón Castuera trazó su infancia dibujando tres en raya sobre las aceras de Borobio, dando de comer a los pececillos a los que adornaba con pequeñas teselas de colores que encontraba en la rivera, donde los juncos.

Ramón Castuera se acercaba en bicicleta al Palomar de Sarteneja para medirlo, para captar su magia y luego plasmarlo en un lienzo. Y si en el camino encontraba restos de quincalla, algún motor viejo descatalogado en la cuneta o la puerta de una lavadora desechada las traía al taller. Ya las usaremos.

Desde el taller que compartía con su hermano Manuel, la presencia permanente del palomar ha formado parte inherente de su juventud.

Y años después, imbuido por el espíritu del constructor del mosaico de Orfeo, el ave fénix de las aceras de Borobio y las palomas siniestras de la torre de enfrente, Ramón Castuera creó su propio bestiario.

Construyó su propia ciudadela vigilada con campos de arroz y torres de alta tensión en las que se acumula la energía.

[La galería fotográrica]




[El vídeo]







Oeste. Marzo. Veintidós. 2016.


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