By Corredores de Ideas



Ella en el fondo es una teatrera. En el sentido tímido de la palabra. Lo trae de trascendencia, como tú dices, Mamá.

Comenzamos a verla cuando era una jovencita aparentemente reservada y fue una de las que puso voz a los versos de Aristófanes en el recién inaugurado Auditorio de San Benito. Era el año del señor de 1984, y cuando decíamos Alcántara, decíamos un puente romano, un río patrio y una mole de piedra para crear un enorme lago artificial.

Ese año apareció en nuestras vidas un frente escénico renacentista, una triple galería soberbia y un entorno monacal donde aún se respiraba el sabor de las huertas y las higueras que en tiempos estuvieron conviviendo con el trasiego de los hábitos que deambulaban por la galería, preparando los devotos oficios o la guerra. Vaya usted a saber.

Eran tiempos fundacionales, y José Luis Sánchez-Matas tiró de lo que tenía más a mano. No eran momentos para hacer florituras. De su gente de Hervás, de los de Cáceres y de lo que tenía en casa.

Y ahí apareció Delia. Hace ya los mismos años que apareció San Benito. Los mismos años que Alcántara dejó de ser tan sólo (y ya es mucho) un soberbio puente romano, un río vertebrador del alma lusitana y un respiradero gigantesco que se abre ante nuestros ojos en la temporada de las lluvias como un dios infernal vomitando por su enorme boca ingentes litros de espuma blanca. Aliviadero le llaman. Pero da miedo. Estalanta los sueños pensar en ese antiguo dios Airón que habitaba en los pozos y en los lagos.

Sí, mamá, desde entonces ya sabíamos que Delia quería ser artista.

Y hete aquí que con el paso del tiempo se nos va a Mérida. Con más artisteo. Siendo ya madre. De artistas, por supuesto. Aunque lo han reconsiderado y se están forjando como personas de bien.

Y en Mérida comenzó a darle a eso de la cerámica y de la alfarería, y a tejer en barro delicadas y entrañables figuras de hombrecillos.

Luego se instaló en Oporto, la joya que tenemos en el Duero. Y allí se empapó de ese azul intenso que te encuentras en la Estación de San Benito, en las fachadas de las iglesias o en las puertas de algunas cámaras municipales, y que te cuentan las historias de los héroes y de los navegantes portugueses.

Delia volvió a casa. Y se apeó en la estación de Marvâo, exlibris del esplendor de la azulejería. En sus ojos ya venía preñada de azul. Del azul del mar atlántico y del azul neobarroco de los altares y de los caminhos de ferro.

El pasado 13 de mayo presentó, en Mérida, en la escuela, su delicioso juego de Tintidelos. Un proyecto de fin de carrera que toma prestada la herencia romana que una tarde encontró en el museo de la ciudad, en el rincón de los juegos y de los sueños infantiles, y al que le suma la vida de azul que durante algunos madrugones vio de cerca en la Baixa de Oporto. Caras histriónicas que más allá de invitar al sueño, provocan cierto desasosiego, cierto dramatismo escénico. Si te pillan de sorpresa sus tintidelos te pueden dar un buen susto, porque a veces te recuerdan a muñequitos diabólicos. Y es que el fondo, Delia es una teatrera.

Y es lo que tiene la vida de artista. Dormir poco y trastear mucho. Y eso fue lo que debió pensar Delia aquella noche de agosto de 1984 en las tablas provisionales de San Benito. Donde tomó la decisión. Un día me lo preguntaron en casa, y sí, dije, Mamá, Delia quiere ser artista.



[Tube]



Oeste. Junio. Veintidós. 2016.


• • • Mundos cercanos