Un reportaje de Corredores de Ideas



Badajoz. La Capilla Bizantina se eleva sobre la planta principal de la popular Ermita de La Soledad, en el centro histórico de la ciudad.

Pero no la verás a menudo en las guías. Y para llegar a ella tan sólo tienes que subir unos quince o veinte escalones de mármol. No más.

Detrás de los muros de la imponente fachada del arquitecto Martín Corral Aguirre, se encuentra, agazapado, tan cerca y tan lejos de las ceremonias que se realizan en torno a la patrona de la ciudad, cuya imagen preside la capilla principal, un lugar único en la ciudad. Por lo fantástico, por lo silencioso, por el color y por la bóveda celeste.

Aunque los inicios de la construcción se datan a principios de los años 30 del pasado siglo, la Capilla Bizantina no se dio por concluida hasta 1986.

Hemos de suponer que fueron las benefactoras pacenses que la costearon, las que decidieron que esta capilla tan sorprendente fuera una réplica del famoso Salón del Trono que el rey Luis II de Baviera se hizo construir en el Castillo de Neuschwanstein, en plenas montañas bávaras y no muy lejos de Múnich.

Dicen las malas lenguas que Ludwig enloqueció y vivió prendado por Bayreuth y por Richard Wagner.

Ni Ludwig ni Wagner vivieron para ver el estreno de Tannhäuser el 22 de agosto de 1891 en el Bayreuther Festspielhaus, el Teatro de los Festivales de Bayreuth.

Cuentan las leyendas que Venus habitaba junto a su corte en una caverna de las montañas. Venusberg. La localización de la cueva era mantenida en secreto para que los hombres no se acercaran a ella, ya que eso supondría su perdición.

Y sigue contando la leyenda que Tannhäuser, el poeta que vivió allá por el siglo XIII, llegó a esas montañas, atravesó la estrecha puerta y se adentró en la cueva, para vivir en ella por un año entre modos de lujuria y placer. Algo impropio del espíritu y votos caballerescos que la época y el rango imponían.



Justo al lado de la Capilla Bizantina, pared con pared, se encuentra el inmueble de Las Tres Campanas. Se construyó en 1899. Ardió en 1912 y en 1917 lo reedificaron Adel Pinna y Curro Franco, y fue durante años y generaciones la mayor juguetería de la ciudad. El lugar de los sueños. Donde habitaba la Nación Comanche en perfecta armonía sobre las estanterías de madera, junto al fuerte de la confederación.

Era como adentrarse en el Paraíso Perdido. Como que se parara el tiempo del reloj que marcaba las horas desde aquel 17, cuando la revolución del Este.

Y para entrar en este Paraíso sublime, infantil, puro, inmaculado, tan sólo había que atravesar la puerta. La Puerta de Tannhäuser. Pero no la de las montañas de Turingia, si no la de la Plaza de la Soledad, la que te enseñó el fantasma de Ludwig que, según cuentan, sale cada noche de su capilla bizantina a pasear por la placita.

Y una vez dentro recordarás las frases salidas de los labios del replicante de Blade Runner. Pero no te preocupes, volverás a vivir. Volverás a ser un niño.

«Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de guerra en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C resplandecer en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir




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Oeste. Septiembre. Seis. 2017